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IDEAS
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16/01/12
El intelectual best-séller
Optimista e interesado en todo, a los 80 años, Umberto Eco no
distingue entre sus ensayos y sus novelas. Aquí, el semiólogo habla de su tema
favorito, las conspiraciones, del futuro del libro, de Berlusconi y de cómo le
gustaría ser recordado.
POR STEPHEN MOSS
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Revista Ñ
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Imágenes
EFECTO.
“Cada vez que publico una nueva novela, crecen las ventas de ‘El nombre de la
rosa'", se sorprende Eco.
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"Estoy llegando al final
de mi calvario”, dice Umberto Eco cuando nos encontramos. Por suerte, no lo
tomo como algo personal. Eco –filósofo, semiótico, novelista, bibliófilo y
cerebro versátil–, lleva 20 días de gira promocionando su última novela, El cementerio de Praga, y comenta
que a veces apenas sabía en qué ciudad estaba. Acaba de cumplir 80 años, el 5
de enero, y no luce muy mal pese a su calvario. Su corpulencia hace que se
siente un poco torpemente en el sillón, pero es un entrevistado entretenido y
divertido, que mastica todo el tiempo un cigarro. Dejó de fumar hace ocho años,
pero sigue gustándole tener uno en la boca y espera que algo de nicotina pueda
pasar. Tiene una voz áspera y una interpretación idiosincrática del inglés. El
diálogo se interrumpe de vez en cuando yo empleo expresiones que no comprende
totalmente. Entiende mal cuando le pregunto si El cementerio de Praga (Lumen) es, como han sugerido algunos
críticos, una “vuelta a la forma”: para él, forma es un término deportivo más
que literario.
 De todos modos,
seguimos adelante. El “elefante en el bazar” en nuestra pequeña habitación
atestada está dado porque el nuevo libro no marca una vuelta a la forma, ni
literaria ni deportiva. Está ambientado en la segunda mitad del siglo XIX y
sigue las aventuras de Simone Simonini, un falsificador, asesino y sinvergüenza
en líneas generales que se las ingenia para intervenir en la mayoría de los
grandes acontecimientos de ese período (la unificación italiana, la guerra
franco-prusiana, la Comuna
de París, el caso Drey-fus) y la lectura resulta aburrida. Al menos en inglés.
Tal vez en italiano sea chispeante. Más allá de que sea o no una vuelta a la
forma, ciertamente es una vuelta al tema favorito de Umberto Eco –las
conspiraciones–. Simonini es presentado como el originador de los Protocolos de
los Sabios de Sión, el texto falso de comienzos del siglo XX que pretende
detallar una conspiración judía destinada a dominar el mundo. Luego de su
publicación en Rusia en 1903, fue ampliamente leído y creído, pese a haberse
demostrado que fue plagiado de fuentes ficticias. Hitler lo citaba con
frecuencia y su veneno circula aún hoy. Eco une las piezas de lo poco que se
conoce de los orígenes del texto y propone a Simonini, un italiano amoral que
vive en París, como el originador de la más tóxica de todas las
falsificaciones.
Las conspiraciones en
general, y los Protocolos en particular, han sido temas recurrentes en la obra
de Eco, sobre todo en su segunda novela, El péndulo de Foucault –publicada en 1988 y definida por él
como “El
Código Da Vinci de
un hombre pensante”– donde como una broma, tres editores de libros mediocres
pergeñan una conspiración grandiosa que llega para apoderarse de sus vidas.
¿Por qué le preocupan los Protocolos? “Como estudioso, me interesa la filosofía
del lenguaje, la semiótica, como quieran llamarla, y uno de los rasgos
principales del lenguaje humano es la posibilidad de mentir. Un perro no
miente. Cuando ladra, significa que hay alguien”. Los animales no mienten, los
seres humanos sí. “De las mentiras a las falsificaciones hay poco trecho y he
escrito ensayos técnicos acerca de la lógica de las falsificaciones y acerca de
las influencias de las falsificaciones sobre la historia. La más terrible y
famosa de estas falsificaciones son los Protocolos”.
Lo atractivo para Eco, no son las conspiraciones en sí, sino la paranoia que les permite florecer. “Hay muchas conspiraciones pequeñas y en su mayoría son expuestas”, dice. “Pero la paranoia de la conspiración universal es más poderosa porque es eterna. Nunca se puede descubrir porque no se sabe quién participa. Es una tentación psicológica de nuestra especie. Karl Popper escribió un excelente ensayo sobre eso, donde dijo que empezó con Homero. Todo lo que pasa en Troya fue planeado la víspera en la cima del Olimpo por los dioses. Es una forma de no sentirse responsable de algo. Por eso las dictaduras usan la noción de conspiración universal como arma. Durante los primeros 10 años de mi vida, fui educado por fascistas en la escuela, y usaban la conspiración universal –que los ingleses, los judíos y los capitalistas estaban complotando contra el pobre pueblo italiano, se decía entonces–. Con Hitler fue igual. Y Berlusconi se pasó todas sus campañas electorales hablando de la doble conspiración de los jueces y los comunistas. Ya no hay más comunistas dando vueltas, aunque los busquemos con linterna, pero para Berlusconi ahí estaban tratando de tomar el poder”. Probablemente no sea su intención apocopar a Hitler y Berlusconi, pero tampoco es un admirador del primer ministro recientemente alejado del cargo. Eco siempre fue una figura destacada en la izquierda política, y se opuso a Silvio Berlusconi desde su primera gestión como primer ministro a mediados de los años 1990. Está contento de que el gran fiestero haya caído, pero advierte que no hay que darlo por perdido, dando a entender que podría tratar de volver después de las elecciones que tendrán lugar en 2013.
Lo atractivo para Eco, no son las conspiraciones en sí, sino la paranoia que les permite florecer. “Hay muchas conspiraciones pequeñas y en su mayoría son expuestas”, dice. “Pero la paranoia de la conspiración universal es más poderosa porque es eterna. Nunca se puede descubrir porque no se sabe quién participa. Es una tentación psicológica de nuestra especie. Karl Popper escribió un excelente ensayo sobre eso, donde dijo que empezó con Homero. Todo lo que pasa en Troya fue planeado la víspera en la cima del Olimpo por los dioses. Es una forma de no sentirse responsable de algo. Por eso las dictaduras usan la noción de conspiración universal como arma. Durante los primeros 10 años de mi vida, fui educado por fascistas en la escuela, y usaban la conspiración universal –que los ingleses, los judíos y los capitalistas estaban complotando contra el pobre pueblo italiano, se decía entonces–. Con Hitler fue igual. Y Berlusconi se pasó todas sus campañas electorales hablando de la doble conspiración de los jueces y los comunistas. Ya no hay más comunistas dando vueltas, aunque los busquemos con linterna, pero para Berlusconi ahí estaban tratando de tomar el poder”. Probablemente no sea su intención apocopar a Hitler y Berlusconi, pero tampoco es un admirador del primer ministro recientemente alejado del cargo. Eco siempre fue una figura destacada en la izquierda política, y se opuso a Silvio Berlusconi desde su primera gestión como primer ministro a mediados de los años 1990. Está contento de que el gran fiestero haya caído, pero advierte que no hay que darlo por perdido, dando a entender que podría tratar de volver después de las elecciones que tendrán lugar en 2013.
“Berlusconi es un genio de la
comunicación”, dice Eco. “De otro modo, nunca se habría hecho tan rico. Desde
el comienzo identificó a su blanco –gente de edad mediana que ve televisión.
Los jóvenes no ven televisión, están conectados a Internet. Los que apoyan a
Berlusconi son señoras de 50-60 años y jubilados que, en un país con una
población envejecida, constituyen una poderosa fuerza electoral. O sea que
algunas de sus famosas metidas de pata pueden ser metidas de pata para usted y
para mí, pero probablemente no lo sean para la señora o el señor provincianos
de 60 años. Su atractivo radicó en pagar menos impuestos. Si el premier dice
que usted hace bien en no pagar impuestos, usted se pone contento”.
¿Cómo es posible que una
cultura tan intelectual y artística como la de Italia haya elegido a semejante
bufón? “Berlusconi era fuertemente anti-intelectual”, dice. “Y se jactaba de no
haber leído una novela en 20 años. Existía un miedo a lo intelectual como poder
crítico, y en ese sentido hubo un choque entre Berlusconi y el mundo
intelectual. Pero Italia no es un país intelectual. En el subte de Tokio todos
leen. En Italia, no. No evalúe a Italia por el hecho de que dio a Rafael y a
Miguel Angel”.
El nuevo libro de Eco fue
atacado por algunos por regurgitar un texto antisemita, pero él sostiene que los
Protocolos se encuentran fácilmente en Internet y que los “lectores débiles”
que no entienden su propósito lo enfocarán hacia otra parte. “Nadie es
responsable de las lecturas perversas que se hagan de su libro”, dice. “Los
sacerdotes católicos dijeron que no había que darle Madame Bovary a una
jovencita para leer porque podía verse seducida por el adulterio”. 
¿Le molesta que la media docena de novelas que produjo desde El nombre de la rosa, que lo propulsó a la fama en la ficción a comienzos de los años 80 (una historia ambientada en el año 1327 que se tradujo a 47 idiomas y vendió más de 15 millones de ejemplares, donde mezcla lo policial con su interés por la filosofía medieval), hayan tenido una recepción ambigua? “Siempre es una sorpresa lo diferentes que son las opiniones de los críticos”, dice. “Pienso que un libro debe ser juzgado 10 años más tarde, después de leerlo y releerlo.
Siempre me han definido como demasiado erudito y filosófico, demasiado difícil. Entonces escribí una novela que no es para nada erudita, que está escrita en lenguaje común, La misteriosa llama de la Reina Loana, y de todas mis novelas es la que menos se vendió. O sea que probablemente esté escribiendo para masoquistas. Sólo los editores y algunos periodistas creen que la gente quiere cosas simples. La gente está cansada de cosas simples. Quiere recibir desafíos”.
¿Le molesta que la media docena de novelas que produjo desde El nombre de la rosa, que lo propulsó a la fama en la ficción a comienzos de los años 80 (una historia ambientada en el año 1327 que se tradujo a 47 idiomas y vendió más de 15 millones de ejemplares, donde mezcla lo policial con su interés por la filosofía medieval), hayan tenido una recepción ambigua? “Siempre es una sorpresa lo diferentes que son las opiniones de los críticos”, dice. “Pienso que un libro debe ser juzgado 10 años más tarde, después de leerlo y releerlo.
Siempre me han definido como demasiado erudito y filosófico, demasiado difícil. Entonces escribí una novela que no es para nada erudita, que está escrita en lenguaje común, La misteriosa llama de la Reina Loana, y de todas mis novelas es la que menos se vendió. O sea que probablemente esté escribiendo para masoquistas. Sólo los editores y algunos periodistas creen que la gente quiere cosas simples. La gente está cansada de cosas simples. Quiere recibir desafíos”.
Eco ha desarrollado una
distinguida carrera de 30 años en el mundo académico, con actividades
suplementarias haciendo programas culturales de televisión y trabajando como
editor en Milán antes de El nombre de la rosa.
¿Por qué sintió la necesidad de agregar ficción a un currículum de por sí
sobrecargado? En parte fue accidental, dice. Una amiga le pidió que escribiera
una novela de detectives corta para una nueva colección que estaba preparando.
El le dijo que si lo hacía, estaría ambientada en la Edad Media y que
tendría 500 páginas. Era demasiado grande para la colección propuesta, pero la
idea se instaló en su mente (o, como él prefiere, en su estómago) y nació un
fenómeno editorial. De todos modos da a entender, que aun sin la intervención
de su amiga, habría terminado escribiendo novelas. La noción de envenenar a un
monje lo atraía y tenía ya una lista de nombres monjiles en su cajón para
usarlos en alguna eventualidad. “Siempre tuve un impulso narrativo”, dice.
“Escribía cuentos e inicios de novelas a la edad de 10 o 12 años. Después
satisfice mi gusto por la narrativa escribiendo ensayos. Todas mis
investigaciones tienen la estructura de un policial”.
Uno de sus profesores señaló
que hasta su tesis doctoral sobre Tomás de Aquino tenía esa estructura dado que
la conclusión llegaba provocativamente después de un largo proceso de
adivinación. “Reconocí que tenía razón, y que yo tenía razón, y que la
investigación debe hacerse de esa manera. Cuando mis hijos eran chicos alimenté
mi impulso narrativo contándoles historias, y después cuando crecieron sentí la
necesidad de escribir ficción. Me pasó lo que le pasa a la gente cuando se
enamora. ¿Por qué te enamoraste ese día, ese mes, de esa persona? ¿Estás loco?
¿Por qué? Uno no lo sabe. Sucede”.
El nombre de la
rosa hizo famoso a Eco como
novelista, pero también resultó difícil superarla. “A veces digo que odio El nombre de la rosa porque los libros siguientes
probablemente fueron mejores”, admite. “Pero les pasa a muchos escritores.
Gabriel García Márquez podrá escribir 50 libros, pero siempre será recordado
por Cien años de soledad.
Cada vez que publico una nueva novela, crecen las ventas de El nombre de la rosa. ¿Cuál es la
reacción? Ah, un nuevo libro de Eco. Pero nunca leí El nombre de la rosa, que, por otra
parte, es más barato porque está en rústica”. Se ríe, como suele hacerlo con
frecuencia. La gran virtud de Eco es que es un intelectual que no se toma
demasiado en serio. La vida, como la ficción, es un juego maravilloso.
Dicen, aunque es poco
probable, que en una ocasión calificó a la película El nombre de la rosa de travesti. El solamente afirma que
un filme no puede hacer todo lo que hace un libro. “Un libro como éste es un
sándwich con pavo, salame, tomate, queso, lechuga. Y la película está obligada
a elegir solamente la lechuga o el queso, eliminando todo lo demás –el lado
teológico, el lado político. Es una linda película. Me dijeron que una chica
entró en una librería y al verlo dijo: ‘Ay, ya hicieron el libro’”. Más risas.
El nombre de la
rosa vendió –y sigue vendiendo–  a paladas. Lo hizo rico,
famoso, solicitado. Pero él optó por seguir enseñando en la Universidad de Bolonia
y mantener su trabajo académico. Su bibliografía de obras de ensayo sobre
lengua, cultura y creencia es vasta e imponente. Oculto detrás de Eco el
novelista y Eco el presentador de televisión hay un filósofo y un crítico
literario serio. Se ha dicho con frecuencia que construye sus novelas a partir
de otros libros. El cementerio de Praga analiza las novelas del siglo XIX que
fueron plagiadas en los Protocolos, y está estructurada como tal. Alexandre
Dumas es el espíritu guía –sobre todo su novela Joseph Balsamo– y la
inter-textualidad el nombre del juego de la ficción de Eco.
Adora los libros desde la
infancia; creció en la ciudad de Alessandria en el norte de Italia con padres
“pequeño burgueses” no muy lectores pero sí tenía una abuela a la que le
encantaba leer. Leía con voracidad y sigue haciéndolo. Sus dos bibliotecas, en
las casas que comparte con su mujer alemana Renate Ramge en Milán y Rimini,
contienen 50.000 libros, entre éstos 1.200 títulos raros.
A los libros los llama
“corredores de la mente” y recientemente co-escribió una extensa carta de amor
al texto impreso llamada Este no es el fin del
libro. Pero eso no lo convierte en un contrarrevolucionario
digital. De hecho, para no tener que cargar un bolso lleno de libros, en este
viaje trajo un iPad con 30 títulos cargados. Está convencido, no obstante, de
su afirmación de que no estamos ante el fin del libro. Los dispositivos de
lectura sirven para viajes largos y tienen ventajas en el caso de libros de
referencia, pero los lectores comprometidos siempre ansían el carácter físico
–“No sólo Peter Pan sino mi Peter Pan”.
El hecho de que pueda
adaptarse a todo, desde los manuscritos iluminados hasta el iPad es lógico. Es
optimista, ecléctico, eternamente joven, interesado en todo, tanto en debatir
sobre rabanitos en su casa como sobre Proust. Le pregunto cómo será recordado
–¿como novelista, crítico o erudito? “Se lo dejo a usted”, dice. “En general,
un novelista tiene una vida más duradera que un académico, salvo que uno sea
Immanuel Kant o John Locke. Pensadores ilustres de hace 50 años ya fueron
olvidados”. ¿Está resignado entonces a que lo recuerden por El nombre de la rosa antes que por su contribución a la
semiótica? “Al principio, tenía la impresión de que mis novelas no tenían nada
que ver con mis inquietudes académicas”, dice. “Después descubrí que los
críticos encontraban muchas conexiones y los editores de la Biblioteca de Filósofos
Vivos decidieron que mis novelas debían ser tenidas en cuenta como un aporte
filosófico. Entonces me rindo. Acepto la idea de que coinciden. No soy
esquizofrénico”.                                                                                          
El nombre de la
rosa, la Estética de Tomás de Aquino y Semiótica y filosofía
del lenguaje son
por lo tanto una sola cosa. La diferencia está en sus ventas globales.
© The Guardian, 2012.
Traduccion de Cristina Sardoy.

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